En SINTIK creemos profundamente en el valor de lo colectivo. No solo para luchar por nuestros derechos laborales, sino también para acompañarnos en las batallas internas que muchas veces enfrentamos en silencio. Una de esas batallas es el síndrome del impostor. Y lo primero que tenemos que decir es esto: no estamos solos.

Compartir lo que sentimos
Muchas personas se sienten como un fraude. Pero como nadie lo dice, pensamos que solo nos pasa a nosotros. Esa soledad intensifica la inseguridad. Compartir lo que sentimos es liberador. Nos permite ver que otros también tienen dudas, que nadie es perfecto y que tener miedo no nos hace menos capaces.
Además, tenemos que repensar el perfeccionismo. Buscar la perfección puede sonar noble, pero en realidad es una trampa. Nos exige tanto que terminamos bloqueados o siempre insatisfechos. En vez de eso, proponemos buscar la excelencia con humanidad: dar lo mejor de nosotros, sabiendo que aprenderemos en el camino y que equivocarse también es parte del crecimiento.
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La gratitud: un hábito clave
Otro hábito que nos ayuda mucho es practicar la gratitud. Agradecer lo que logramos, por pequeño que sea, cambia nuestra forma de vernos. Nos recuerda que somos capaces, que ya conseguimos cosas valiosas. No hay que esperar a alcanzar metas gigantes para reconocernos. Cada avance merece ser celebrado.
Y finalmente, insistimos en esto: hablar lo cambia todo. Conversar con alguien de confianza puede ayudarnos a poner en palabras lo que sentimos, detectar creencias que nos limitan y ver alternativas que solos no veíamos. Vocalizar lo que nos pasa nos da claridad.
En SINTIK creemos en el acompañamiento mutuo, en hablar sin miedo, en construir redes de contención también para la salud mental. El trabajo no es solo producción; es también dignidad, reconocimiento y bienestar.